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Quizá muchos os estaréis preguntado de qué estoy hablando. Otros muchos ya conoceréis la inconclusa serie de ABC, que fue estrenada el pasado 30 de septiembre de 2014 y cancelada un par de meses después.
Selfie es una comedia de situación estadounidense creada por Emily Kapnek, que narra las aventuras y desventuras de la ‘instagramer’ Eliza Dooley, encarnada por Karen Gillan. La actriz, más conocida por sus papeles en Doctor Who y en Guardianes de la Galaxia, da vida a una pelirroja veinteañera obsesionada con alcanzar la popularidad a través de las redes sociales. La joven logra su meta –tiene 263.000 followers– hasta que un desafortunado incidente en un avión acarrea el desprestigio de su reputación en Instagram.
Entonces, ¿Cuál fue el error? Quizás el público objetivo al que se dirigía.
La serie narra cómo Eliza intenta limpiar su imagen gracias a la ayuda de Henry Higgs, un compañero de trabajo experto en marketing, encarnado por John Cho (más conocido por su papel de Hikaru Suru en Star Trek, entre otros). Ambos se convierten en los protagonistas principales y en el pilar fundamental de la serie. Parecía que Selfie, una adaptación de la oscarizada My fair lady, estaba destinada al éxito. Hasta el propio nombre de la serie prometía actualidad e innovación, además de una crítica de la más que latente adicción por los smartphones y por el mundo virtual que padece la sociedad hoy en día. Sin embargo, la serie no duró ni tres meses en antena y el 99% de las críticas que se encuentran por Internet son negativas y llegan a calificar a la serie de “hashtag bodrio”. Entonces, ¿Cuál fue el error? Quizás el público objetivo al que se dirigía.
El argumento-crítica a la adicción por las redes sociales tenía suficiente gancho como para atrapar a cualquier persona de la generación ‘millennial’ (los nacidos entre 1981 y 1995) y a aquellas personas que viven pegadas a sus smartphones, ya sea por motivos personales o laborales; sin embargo, la serie parecía no dirigirse a ellos. De hecho, aún desconozco a qué público quería dirigirse su creadora.
Creo que el verdadero público objetivo de Selfie son aquellas mujeres de entre veinte y treinta y tantos años, que se quedan fascinadas por Sexo en Nueva York a causa de las reflexiones de Carrie Bradshaw sobre el comportamiento de la sociedad en general y de los hombres en particular. Todas aquellas mujeres magnetizadas por la moda y su industria que se sienten culpables por comer chocolate y que esconden sus gustos más “frikis”, no vaya a ser que perjudiquen a su reputación, al igual que Eliza esconde su pasado de “orco de instituto”. El target -real- de Selfie no es otro que la mujer joven adulta que padece los terribles –véase el sarcasmo- problemas del primer mundo. Me incluyo en este público y me declaro fan incondicional de la ya cancelada serie.
El target -real- de Selfie no es otro que la mujer joven adulta que padece los terribles –véase el sarcasmo- problemas del primer mundo.
Dirigir productos audiovisuales hacia este target no es nada nuevo. Muchas otras producciones se dirigen a este colectivo de mujeres jóvenes adultas. Me refiero a películas como El diablo viste de Prada o Confesiones de una compradora compulsiva. Dicho lo anterior, no puedo evitar resaltar las similitudes que encuentro entre Confesiones de una compradora compulsiva y Selfie. En ambas producciones, la protagonista es una joven adulta pelirroja (Isla Fisher interpretando a Rebecca Bloomwood) con un trabajo de oficina que detesta. Ambas son chicas guapas, espontáneas y estilosas –al menos Eliza Dooley lo es a su manera- y padecen los problemas del primer mundo. Y por último, lo más importante, la vida de las dos mujeres está regida por una fuerte adicción, las redes sociales en el caso de una y las compras en el caso de la otra.
Ah, se me olvidaba. Tampoco hay que olvidar que tanto Selfie como Confesiones de una compradora compulsiva son historias de autoconocimiento y evolución personal, pues las protagonistas descubren, a medida que se suceden los acontecimientos, que la tangibilidad de los “me gustas” y de la ropa palidece frente la amistad y el amor.
De este modo, puedo confesar que, mientras veía Selfie, me sentía identificada con su protagonista. Y eso que por Internet he leído bastante críticas que afirman que la actriz no se sentía cómoda en el papel. Discrepo totalmente, pero qué se yo. No soy una autoridad en críticas cinematográficas ni pretendo serlo. En definitiva, creo que si Eliza Dooley me resultó convincente fue porque Karen Gillan se sentía a gusto con el papel que interpretaba. Y dicho sea de paso, su actuación me parece maravillosa.