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¿Qué siente usted cuando le dicen caballero? A través de la historia, los caballeros (los hombres que cabalgan) han formado parte de numerosas sociedades, distinguiéndose como una clase social peculiar con un código de conducta específico que incluían la valentía y el honor. En el medioevo surgieron como el medio para defender el feudo de todos sus enemigos reales y potenciales, a través de una regulación dictada por la iglesia. Los caballeros, lejos de lo que se piensa, eran un grupo sometido a la voluntad feudal, al que se insertó un código de ética para hacerlos más dóciles y que se creyeran su «estatus».
Actualmente, al utilizar la palabra caballero se ignora su acepción original, sumado al hecho de que ya pocos montan caballo en las ciudades. Dicha palabra forma parte de un vocabulario colectivo para describir un rol social basado en un código de conducta que tiene como característica principal la galantería, la amabilidad y la atención hacia las mujeres. ¿Quién podría sentirse orgulloso de que le llamen caballero?
Esta designación proyecta, en la conciencia social, a los hombres como el de un grupo que debe ostentar conductas destinadas a minimizar el esfuerzo femenino y sobredimensionar la gentileza con una lisonja. Se asume que esto está regulado por una sociedad que dicta qué actos son propios de caballeros y cuáles no. Así como qué tipo de expresiones de requiebro son autorizadas para no ganarse la etiqueta que describe el extremo negativo de un caballero, que es nada más y nada menos que ser un patán.
Ser nombrado caballero en estos días
Los varones deben de cuidar su porte y sus acciones para ser acreedores al título de caballeros. La mayoría de los movimientos feministas actuales, no tienen en su agenda el exterminio de este estigma porque, a mi modo de ver, no conviene a sus intereses. En cambio, sí ven con desagrado los viejos estereotipos de género que afirman que una verdadera mujer debe casarse, cuidar su reputación, saber cocinar, tener hijos, realizar los quehaceres del hogar, atender al marido, reprimir su libertad sexual y guardarse hasta el matrimonio para no ser despectivamente etiquetada.
Sin embargo, no todas las conductas que describen al estereotipo actual de caballero son desatinadas. Podría decirse que practicar la caballerosidad es benigna en sí misma y que lo negativo es el enfoque sexista que le ha dado hasta la fecha. En en muchos lugares, a los niños se les educa con la mentalidad de que ceder el asiento a una mujer embarazada es un acto de caballerosidad. Mas debería enseñarse que tales gestos encuentran su origen en la sensibilidad y la empatía y que dichas virtudes son inherentes al humano sin importar su sexo. De este modo, la educación puede alcanzar su máxima expresión cuando está argumentada en la conciencia del entorno.
Usando el mismo ejemplo anterior, cuando se enseña que las mujeres embarazadas se cansan más que el resto y que el proceso de gestación va mejor si se reducen los esfuerzos físicos -como cargar objetos o permanecer de pie en trayectos largos-, gesto de cederles un asiento demuestra sensibilidad y compenetración. Esto se traduciría en actos generosos, que provendrían de hombres y mujeres. Al mismo tiempo, se podrían cancelar las etiquetas despectivas para quienes no tuvieran dichos gestos.
Los hombres también reciben presión social
La educación basada en los roles sexistas debe ser rebasada poco a poco, por el entendimiento de los avances en la igualdad de género logrados hasta ahora. El varón educado en América Latina, recibe constantes mensajes de presión social. Estas lo presagian como el jefe de familia que tendrá la obligación de proveer en el futuro, aun cuando se está logrando que la mujer partícipe como engrane importante en los sectores productivos y económicos. Alguien debería enseñar que con tales logros, es muy posible que en su vida adulta, el varón pueda ser algo más que un ente de fuerza motriz. Debería enseñarse que él también debe estar preparado para ser partícipe en otros rubros como la educación de los hijos, las artes, las ciencias y otras tantos que pudieran estar alejados del estereotipo del hombre rudo e inagotable. Desafortunadamente no es así.
La educación actual y hasta la legislación de muchos países tiende a distinguir la posición de los hombres y las mujeres en la sociedad. Hasta se tipifican los delitos cometidos por hombres y mujeres de forma distinta. También señala diferencias tajantes en los derechos que tienen el hombre y la mujer en las disputas familiares y la custodia de los menores. En los transportes públicos se designan espacios especiales para que las mujeres viajen sin riesgos de ser acosadas o violentadas sexualmente. Lejos de fomentar una educación consciente y racional desde la infancia, que garantice el respeto entre géneros, se promueven estas diferencias y se esparcen en la conciencia social. Esto perpetúa los estereotipos y etiquetas que se han designado para cada sexo, alejando la igualdad de género, para convertirla en un discurso más que justifique llamar golfas a las mujeres que tienen libertad sexual y patanes a quienes no cedan el asiento en el transporte público.