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Hace poco vi en la BBC la noticia de un hombre llamado Mark Landis, quien se hizo pasar por un coleccionista de arte -por décadas-. Él donaba obras de arte a museos y galerías de todo Estados Unidos. La nota aclara que todas las pinturas eran falsificaciones creadas por él mismo; pero ya que no recibió dinero alguno por sus donaciones, no puede ser acusado de haber violado ley alguna.
Todo terminó cuando en 2008 salió a la luz pública que varias de las mismas obras estaban siendo donadas a diferentes museos del país por parte de Landis. Su gran talento para copiar, evidenciado en la terapia artística que tuvo debido a su diagnóstico de esquizofrenia, lo llevó a lograr avergonzar a aquellos curadores que se encuentran detrás de los relucientes pisos de las galerías y museos.
Falsificación en el arte
La historia de Mark Landis me causó bastante gracia, aunque también empecé a preguntarme: ¿Y si lo que apreciamos en los museos no es original? ¿Hace alguna diferencia si igual no sabemos diferenciarlo? He visto montones de imágenes de gente visitando a la Mona Lisa (La Joconde) en el Museo del Louvre; las fotos muestran que apenas hay cómo acercarse, la gente está alrededor tomando la foto respectiva que los certifica de haber estado en Paris. Quizás la obra maestra de Leonardo que hoy se ve, puede ser una falsificación dado el robo que hubo en 1911, ¿quién quita que lo que vemos no es original?
Y es que ya ha ocurrido antes, la falsificación en el arte tiene nombres que merecen ser recordados por todos como cualquier otro talentoso artista. Entre los más reconocidos están: Han van Meegeren, Elmyr de Hory, John Myatt y Wolfgang Beltracchi. Cada uno de ellos se vio envuelto en una maraña de mentiras que a algunos los llevó a ganar millones. El trabajo del falsificador de arte me parece una de las más puras formas de reírte de la institución y del fanatismo de muchos que nos acercamos a una obra artística sin tener la menor idea de lo que hace que lo sea. Pura pose everywhere.