Compartir
Durante un tiempo residir en España y trabajar allá parecía la solución a la crisis ecuatoriana y latinoamericana. Un nuevo sueño americano por el cual era común que muchos emigrantes esperen su nacionalidad española para recién abandonar dicho país y animarse a regresar al propio, para así tener alternativas para realizar su vida laboral y económica. Ahora que dicho país está en crisis, el retorno a América parece ideal. Con Estados Unidos ocurre algo similar, con quienes ya han obtenido su ansiada tarjeta verde de residencia y pueden moverse libremente, como bien encomienda la Declaración Universal de los Derechos Humanos en su artículo 13:
- Toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el territorio de un Estado.
- Toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso del propio, y a regresar a su país.
Ecuador suele ser un país muy libre en este sentido, no le pide visa a practicamente nadie y su Constitución no le quita la nacionalidad ecuatoriana a quienes deseen adquirir otra (artículo 6 de la Constitución). Este no es un artículo sobre la doble nacionalidad, que al final es solo un efecto de las maniobras que hay que hacer en estos tiempos para migrar.
Muchos ciudadanos del mundo requieren visas, adquirir nacionalidad y comprobar que son ciudadanos decentes, solventes y afortunados (para pasar sin apremios todos los trámites que los países de «primer mundo» nos imponen). Según un informe de Henley & Partnerts del 2013, Ecuador es uno de los países latinoamericanos con peor pasaporte, en el sentido de que a los ecuatorianos se les exige algún tipo de visado en 74 países, si se quiere viajar a uno de ellos. Según la página de Cancillería ese número puede variar, pero el hecho es de que son muchos países quienes nos piden visa. Las visas en sí ya son una frontera desde antes de emprender el viaje. Y decimos Ecuador, como podemos decir decenas de país del mundo.
En algún momento de la historia, no muy lejano, muchos países de la Unión Europea hicieron su propio sueño americano llegando a prácticamente todos los países de este continente, en algunos se asentaron formando colonias muy características. Primero como conquistadores, luego como refugiados de las grandes Guerras. Para ellos el mundo sin fronteras funcionaba perfectamente.
Pregúntele a un nigeriano, afgano o algún país latinoamericanos al azar si ello no le suena utópico. Con la excusa del terrorismo o la defensa nacionalista de la cultura, estos trámites que cortan el paso de los viajeros, ciudadanos del mundo, parecieran ser mercadeados mediáticamente como una buena medida. Las tecnologías al parecer siguen sin ser confiables -o son manipulables- como para que ellas sean las herramientas que eviten que elementos «nocivos a la sociedad» (entiéndase eso como: criminales, personas con enfermedades contagiosas por contacto directo o de conducta mental peligrosa) pasen de un territorio a otro causando estragos, como si fuesen invasiones bárbaras a ojos de romanos (que no necesariamente son historiadores fidedignos).
Esto da pie a algunas opciones que este siglo ya debiera mostrarnos visos de solución: La creación de una base de datos universal que impida ingreso a un territorio de las personas proclives a causar problemas objetivos (no subjetivos) como los planteados, en base a sus acciones. Es decir toda persona no sentenciada, libre de virus de contacto directo o de trastornos violentos estaría libre de sospecha y de restricción para avanzar hacia donde guste. Solo plantearlo ya presta tamaña responsabilidad: ¿Quién elige los parámetros aceptables?
¿Cuáles son las verdaderas fronteras?
Otro tema es que las fronteras no son solamente físicas, pues lo que identifica a una persona no se puede ordenar geográficamente. Una frontera mental es el racismo. ¿De qué manera el libre ingreso a un país anglosajón deja atrás o caduca esa limitante terrible que es discriminar a alguien por su etnia? Igual ocurre con las religiones, preferencia sexual, discriminación de género, falta de equidad, baja autoestima, etc.
Las fronteras no necesariamente delimitan taras sociales, sino también aspectos considerados normalemente positivos como las culturas, es decir aquellas formas distintas de hacer, decir y pensar las cosas, trasmitidas de padres a hijos, de comunidad en comunidad, de medios de comunicación locales a su audiencia, que podría creerse que merecen ser preservados o protegidos de una masiva convergencia foránea.
Dicho esto, la convivencia frecuente entre las personas de múltiples culturas ¿implicaría la pérdida de ese miedo a la diferencia o al encuentro entre comunes?
Solo son hipótesis… mas ¿qué tan practicables son? Recordemos que en Estados Unidos, uno de los países con mayores restricciones para ingresar a su país es también uno de los estados con mayor cantidad de nacionalidades residentes, tanto así que sus «minorías», en conjunto, conforman la mayor parte de la población. En el llamado país de las libertades, probablemente las contradicciones sobre la confianza en las libertades de las otras personas son notorias, o por lo menos más publicitadas. ¿Es la experiencia social a seguir?
Según Bob Sutcliffe, economista británico, una eliminación mundial de las restricciones a la inmigración llegaría a generar la interesante cifra de 24 millones de migrantes internacionales, lo cual aumentaría la población media del 2,4% en países industrializados.
En definitiva, con las barreras virtuales cada vez más invisibles y aumento de medidas políticamente correctas, es el siglo perfecto para plantearse alternativas migratorias a nivel global y replantearse esos esquemas administrativos llamados países y sus respectivos estados y naciones.
Foto: Emilia Garassino via CC