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Aprendí a mantener el control de mí mismo en una cueva a 20 metros de profundidad -en la provincia de Pastaza en el oriente ecuatoriano- mientras me arrastraba sobre piedras húmedas y salientes puntiagudas que sin problema podrían cortar mi piel o abrirme el cráneo. Los instantes en los que deteníamos el paso para revisar el siguiente descenso los aprovechaba para palpar la piedra y darme cuenta nuevamente de que no se estaba moviendo. Tenía la sensación de que después del temblor de Guayaquil, la semana anterior al viaje, las placas que estaban debajo del Ecuador estarían susceptibles a moverse en cualquier momento.
Empieza la aventura
Llevábamos dos semanas planificando el viaje. Valeria, mi novia, hizo los arreglos con un señor llamado Juan Carlos. Él nos esperaría en el Terminal Terrestre de Puyo el viernes a las 7 am. Salimos de Guayaquil un día antes, manejé hasta Baños de Tungurahua y allí esperamos hasta salir casi a las 5 am. Tomamos el carretero aún oscuro y llegamos al Puyo en casi una hora de viaje. Las curvas, túneles y otros conductores se llevaron toda la atención que podía poner a esa hora, debe ser divertido de día me repetía…
Luis, jefe de una comunidad Shuar ‘civilizada’ nos atendió en el centro de su aldea, nos dieron alimentos y refugio. Luego de un rato nos preparamos para empezar la marcha hacia la Cueva de los Tayos. El trato de la comunidad Shuar fue impecable. Nos brindaron lo mismo que ellos comen en porciones inmensas y con mucho cariño.
Y así empezó la aventura. Ya una vez en la Cueva de los Tayos los pasadizos grandes me permitían colocar trípode y cámara para las fotos; el resto del tiempo estaba más concentrado en dónde ponía los pies y las manos, tratando de no golpearme la cabeza ni caer a los huecos interminables que acechaban todo el camino. Troncos de decenas de árboles forraban el piso, en algunos momentos te ayudaban a descender y en otros se volvían un peligro mortal. Cabe mencionar que la cueva se vuelve inasequible en época de lluvias. Teníamos tres guías y dos de ellos estaban perdidos. El tercero había alcanzado la salida con una de nuestras compañeras que empezó a tener ataques de claustrofobia. No la culpo, teníamos más de una hora pasando por estrechos de 40 cms de ancho y alto.
“Primero los pies” decía Balthazar, el mayor de los guías.
Dicen que no sabes lo que tienes hasta que lo pierdes
Pasa lo mismo con el oxígeno, el espacio y la posibilidad de ser rescatado a tiempo para que te salven la vida. En esas cuevas aprendí lo que es presionar y empujar para pasar un estrecho de rocas, ahí donde no se escucha nada eres tú quien debe doblarse, reducirse y empujar hasta el dolor. O pasas o mueres.
Luego de subir y bajar, entrar al agua de cabeza y salir con los pies por delante, nos encontramos en una pequeña celebración a la vida. Fuera de la cueva, completamente enlodados, tomamos las fotos respectivas y llegamos a la misma conclusión: arriesgamos la vida y no lo volveríamos a hacer. Pero fue muy divertido.
Aquí más fotos de la imponente naturaleza en la Cueva de los Tayos:
Texto por: José Villacreses