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Angie Egüez, redactora de Makía, ya adelantaba en un artículo de esta publicación que el pelo gris es una moda en auge. Cada vez más caras conocidas y desconocidas se atreven con la arriesgada tendencia del #GrannyHair. Y digo arriesgada porque, hasta este momento, el pelo gris siempre ha estado asociado al feísmo o, al menos, al envejecimiento.
Quizá sea necesario preguntarse qué es lo que está ocurriendo en la sociedad para que las mujeres deseen tan fervientemente una estética contra la que han luchado desde tiempos inmemoriales. ¿Acaso la moda del pelo de abuela es un signo de rebeldía contra los cánones? Mucho me temo que no, pues no es lo mismo recurrir al tinte que encontrar una cana natural.
Lo cierto es que las mujeres siguen gritando horrorizadas cada vez que se enfrentan a cualquier manifestación real del envejecimiento.
Lo mismo ocurre con las maxi gafas: si en la década de los 2000 -cuando las monturas al aire eran la tendencia indiscutible- las lentes enormes se consideraban de mal gusto, hoy ocurre justo lo contrario. Las gafas grandes son lo más. Y si son de carey y con la montura ascendente, mejor que mejor. Algunos hasta osan a llamarlas “gafas de abuela”, aunque en la actualidad solo suelan ser llevadas por personas jóvenes y adultas.
Sin embargo, la tendencia de las monturas grandes no es nueva.
En la España de los setenta, concretamente en 1972, triunfó un concurso llamado ‘1, 2, 3 responda otra vez’. Buena parte de su éxito se debió a la presencia de seis azafatas ligeras de ropa y ataviadas con grandes gafas de concha.
Por otra parte, hace un par de años, el colectivo hipster rescató la montura Wayfarer de Ray Ban, al más puro estilo Truman Capote, y la convirtió en una insignia para dejar atrás la moda de las monturas finas, delgadas o invisibles.
Se me ocurren otros ejemplos de lo que antes era considerado feo y hoy es tendencia, como las cejas pobladas de Cara Delevingne –explotadas hasta la saciedad primero por Audrey Hepburn y Elizabeth Taylor, entre otras–, o los pantalones vaqueros de tiro alto que tuvieron su apogeo en la década de los noventa, los ‘mom jeans’ o vaqueros de madre.
Por otra parte, la campana y la pata de elefante también están intentando –con mucho esfuerzo– hacerse un hueco en el mercado. Los zapatos de señor y las sandalias Birkenstock ya se lo hicieron no hace demasiadas temporadas.
Y qué decir del estilo ‘normcore’, la tendencia de la “anti-tendencia”. De lo desaliñado y de lo destartalado, en la que el chándal y las chanclas con calcetines están permitidos siempre y cuando los looks estén estudiadísimos pero no lo parezca…
En la moda, como en el amor, todo vale. Quizá la industria se haya apuntado al carro del Feísmo, la tendencia artística que valora estéticamente lo feo. O quizá, simplemente, es que los creadores de tendencias ya no saben qué inventar. Solo quizá.