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“Mi corazón se ha hecho capaz de revestir de todas las formas,
Es pradera para las gacelas y convento para el cristiano,
Templo para los ídolos y peregrino hacia la Kaaba,
Las tablas de la Torah y el libro del Corán.
Mi religión es el amor,
Donde quiera que se encamine la caravana del amor, allí van corazón y mi fe”.
Ibn Arabi
Me gustaría que el mundo fuera menos violento, que viviera más en paz. Repasando los conflictos de la historia, siempre me llamaron la atención aquellos en los que se discutía por diferencias religiosas. El trasfondo del problema nunca es únicamente ese, pero de allí se agarran para empezar, para justificar, para manipular, para seguir… siempre del tema religioso. Y el lugar ideal para encontrarlo: Córdoba.
En una habitación oscura con olor a alcohol metílico, ese de uso hospitalario, las luces se apagaron y la voz de un muchacho llamando a su maestro llenó mis oídos. El joven interrogaba a Averroes -filósofo hispanoárabe del que nunca oí hablar, hasta ese momento- trajo a colación temas que me parecieron apropiados para acercarme a los conflictos que se justifican como «religiosos». En la sala de los filósofos, del Museo Vivo de Al-Andalus, dentro de Torre de la Calahorra en Córdoba, podría decir que viví un par de minutos eternos y me encantaron.
Las palabras del filósofo –conservadas en el tiempo- me dijeron que la mejor sociedad será aquella en que se dé a cada mujer, cada niño y cada hombre, los medios para desarrollar todas las posibilidades que Dios les ha dado. Pensé en aquel lugar imaginario, donde un ciudadano podría actuar dejando de lado el miedo, porque sería realmente libre y no tendría que temer a nadie.
Por un momento, me salí de los problemas de diferentes teologías porque la idea de no temer al poder del ‘otro’ o del Estado, me tomó por sorpresa. Hace tiempo, un amigo me contó cómo a alguien de su oficina le habían sacado por denunciar un acto de corrupción. ¿No se supone que deberían sacar al corrupto? Al parecer exigir que no se comentan actos ilícitos está recompensado con la falta de sustento. En Ecuador, hoy por hoy, hay quienes callan en sus puestos porque no quieren perder el empleo y otros que al denunciar una injusticia se sienten temerosos o avergonzados. Estamos acostumbrados a pensar en que “debemos meternos en nuestros asuntos” y que denunciar el mal actuar de otros no es problema nuestro.
La luz de la sala oscura ilumina a otro hombre con turbante al que nunca he visto ni en libros de texto. Si debes saber algo de mí, es que me tomo muy en serio las noticias tristes y me entristece la situación que se vive en Oriente. No me gusta oír de guerras, de muertes, de Israel versus Gaza, de los combates del Estado Islámico y un laaaaargo etcétera.
“Si bien para Ibn Rush, el Libro Santo no es nuestra Torah, sino el Corán, los dos estamos de acuerdo en las relaciones que existen entre la razón y la revelación. Ambas son manifestaciones de la única verdad divina. Sólo habrá contradicción si nos atenemos a una lectura literal de las Escrituras, olvidando su significación eterna”, decía aquel hombre desconocido e inmortal. Mi mente viajó de hacia aquel conflicto eterno que rodea al Estado de Israel y al de Palestina. A aquella película ‘Los limoneros’ (2008) donde una mujer palestina debe luchar contra el Ministro de Defensa israelí para salvar sus árboles de limón que han sido decretados por Israel como una amenaza para la seguridad del ministro y su familia. Un Maimónides (teólogo judío) fallecido hace siglos daba desde Córdoba, una respuesta que yo quise escuchar.
Alfonso X, el sabio contaba de la construcción de una escuela donde eran educados judíos, cristianos y musulmanes. ¿Igualdad? Sí, su “Oh Cristo mío, que puedes acoger al cristiano, al judío, al moro, puesto que su fe se dirige a Dios”, me pareció muy conciliador.
La eternidad llegó a su fin. El museo estaba cerrando y tenía que abandonar mi asiento. ¡Me habría gustado vivir en la Córdoba de los siglos XII y XIII! me dije sin pensarlo mucho. Sé que siempre existirán problemas, pero en ese momento me parecía haber encontrado una respuesta a los conflictos de Oriente y estaba embriagada de idealismo.
El puente romano se extendía ante mis ojos, mientras caminaba de regreso al hotel no puede evitar seguir preguntándome qué había ido mal en el mundo para que las voces que oí en la sala de los filósofos no se escucharan más. Resulta que la Andalucía ese tiempo era una especie de Utopía donde gente de tres religiones diferentes convivían en paz. ¿Y por qué eso ya no pasa ahora?