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En la literatura siempre hubo movimientos vanguardistas que revolvieron lo ya hecho y que años después de ser incomprendidos, fueron asimilados y sus textos tomados como influencia. Julio Cortázar se separa un poco de esa rutina, porque sus textos-experimentos son aceptados por sus lectores y críticos desde el principio. Ellos son los que marcan en él aquella sutil diferencia que lleva a un escritor a convertirse en uno de los grandes, de tal forma que aún décadas después, es posible leerlo y no sentir que viene de otra época.
A Cortázar le agradaba la «violencia contra el lenguaje literario» de los modernistas franceses, que lograba destruir las formas tradicionales.
Cortázar formó parte del boom literario latinoamericano de los sesenta, época donde cualquier renovación no era mal vista. Así, pues, el barbado contaba con la suerte del gato, y nació muy bien ubicado. Su residencia en Francia también le vino excelente, no se diga menos de su amistad con Jean Coucteau. Pero el boom latinoamericano es de muy amplias texturas y estilos, así que ¿por qué Cortázar -o algún posible mito que nos hayamos formado de él- nos representa hasta ahora con tanta aceptación?
Primero es lo primero, Cortázar fue un narrador que manejaba muy bien los elementos clásicos y sabía provocar en sus cuentos lo que él llamaba la cachetada metafísica. La cachetada o dinamita en sus textos la tenía clara, pero no fue de la noche a la mañana que halló la necesidad metafísica al escribir. En sus primeros libros de cuentos él mismo señala que básicamente toda su predilección por los cuentos fantásticos se resolvía de manera estética dentro de la literatura. Pero una vez que escribe El Perseguidor (aquella historia sobre el saxofonista autodestructivo que busca entender su realidad y el tiempo que ocupa en la vida) en 1959 -consta en el libro Las Armas Secretas– lo metafísico se apodera de Cortázar de manera definitiva.
«Cuando escribí El perseguidor había llegado un momento en que sentí que debía ocuparme de algo que estaba mucho más cerca de mí mismo. En ese cuento dejé de sentirme seguro. Abordé un problema de tipo existencial, de tipo humano, que luego se amplificó en Los premios y sobre todo en Rayuela«.
Y como amante del jazz que era, y de hacer siempre cosas distintas (de allí que sea novelista, dramaturgo, poeta y cuentista… y que le apasionara el boxeo), sus textos se convierten en un gran jam o improvisación jazzística, lo cual daría la idea de que es desordenado. Pero quien ama la música, sabe que dentro de todo ello siempre hay una estructura que se respeta y sobre la cual se arma el fuego (no en vano la poesía, matemáticas y la música eran vistos como entes similares por los griegos).
«Siento continuamente la posibilidad de ligazones, de circuitos que se cierran y que nos interrelacionan al margen de toda explicación racional, y de toda relación humana».
Pero como ese viaje laberíntico hacia el centro del ser -algo que fue su objetivo en Rayuela- no tiene que ser algo inentendible, él mismo escoge una frase de Cocteau para dejar muy claro su gusto por lo existencial:
«Nosotros vemos la Osa Mayor, pero las estrellas que la forman no saben que son la Osa Mayor. Quizá nosotros somos también Osas Mayores y Menores y no lo sabemos porque estamos refugiados en nuestras individualidades».
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De allí que él se siente muy a sus anchas escribiendo los monólogos de Persio en su novela Los Premios (un viaje en crucero provoca efectos profundos en sus personajes). Dicha novela se considera la precursora de Rayuela, a la cual Cortázar llamaba la contranovela o la antinovela.
Comentar sobre la relevancia de Rayuela en la literatura sería repetirse, lo mejor es agarrar ese libro y hacer los saltos que demanda, sumarse al efecto y descubrimiento de este arte que se une a la vida. Experiencias similares puedes obtener al leer cuentos de los Historias de cronopios y famas y 62, novela para armar (quizá su texto más experimental).
[easy-tweet tweet=»‘Rayuela será un especie de bomba atómica en el escenario de la literatura latinoamericana’. – Julio Cortázar»]
Otro elemento que permite adentrarse al centro de estos textos es el humor, clave en la obra de Cortázar. Y es que muchas veces nos sentimos parte de un gran juego con el autor y sus personajes y -como todo el mundo sabe- no hay nada más serio que jugar si lo haces jugando en serio.
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Para concluir, viene bien recordar este fragmento de la carta de Julio a Ida Vitale, desde Paris, el 9 de mayo en 1972, donde -de alguna forma- vuelve su pensamiento a requerir que los mundos se encuentren en una estructura afin.
«Anoche, sabés, casi una semana después de haber leído tu libro, me desperté con dos versos en la oscuridad, dos versos que curiosamente no parecen tener un sentido particular fuera de su contexto y que sin embargo, sin embargo…
y entre el carmín y el índigo/ el color oscurísimo del huracán espera.
Por cosas así, por contactos no explicables lógicamente, los poetas se reconocen y se reúnen».