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Por Susana Ferrer
Hace un par de semanas me encontré a una ex compañera de trabajo en un autobús, ella y yo nunca fuimos amigas, yo no le conté a nadie que la vi, no nos tenemos en ninguna red social ni tenemos amigos en común, sin embargo, en la tarde de ese mismo día, me sorprendí al darme cuenta que ahora aparecía entre las sugerencias de amistades de Facebook.
Si situaciones como esta te han ocurrido y no las entiendes, probablemente estés filtrando tu información a Internet, a través de tus diferentes dispositivos conectados, como tu celular, tu reloj inteligente, tu carro o incluso tu refrigerador.
Es momento de considerar todas esas “cosas” que ahora están en línea, que quizás en tiempos pasados eran dispositivos analógicos, pero que en la actualidad se han vuelto parte de nuestra cotidianidad. Estos aparatos ahora inteligentes se conectan a Internet y a su vez se entre sí, y es a esta característica a la que se le conoce como “el Internet de las cosas” o por sus siglas en inglés, IoT. Estos dispositivos recolectan todo tipo de información pues están provistos con sensores y chips, generalmente para indicar patrones de uso de sus consumidores y el desempeño de estos equipos.
¿Y dónde se almacena toda esa información?
La información captada en los dispositivos se recopila dentro de la llamada “Big Data”, que es la combinación de un conjunto de datos que poseen un volumen, variedad, complejidad y velocidad de crecimiento tan grandes, que no pueden ser procesados o analizados por herramientas tradicionales.
Dentro de este grupo de datos masivos, se almacena información que va desde las búsquedas que haces en Google, las valoraciones de restaurantes en Yelp o de películas en IMDB, información del GPS, todo lo contenido en redes sociales como Facebook o Instagram, tus conversaciones en Whatsapp, etc., aunado además a los datos provenientes de todos tus aparatos con conexión a Internet, los cuales además de almacenarse en la big data, se contrastan con la información que se encuentra ya allí.
¿Y para qué sirve?
Esto se puede ver en un ejemplo planteado por Viktor Mayer-Schönberger y Kenneth Cukier en el 2013, en su libro Big Data, A Revolution That Will Transform How We Live, Work, and Think, donde explican como Google logró predecir, incluso antes que el Centro de Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos, o CDC por sus siglas en inglés, los lugares en los cuales se había producido el brote de H1N1 en ese país.
Esto lo hicieron a través de la creación de un algoritmo que procesaba los datos de la frecuencia con la que los usuarios hacían búsquedas relacionadas con síntomas de gripe en ciertas localidades de Norteamérica y lo compararon con los lugares en los cuales en los años 2007 y 2008 se habían producido brotes de gripe, encontrando que los datos recopilados por este modelo matemático, estaban correlacionados con las cifras oficiales obtenidas por la CDC.
Posteriormente, cuando se produjo la crisis del H1N1 en el año 2009, este modelo de Google probó ser mucho más eficiente que las estadísticas gubernamentales, pues a través de él se logró conseguir la información del brote en tiempo real.
Así como la información recopilada, si se quiere, puede tener fines altruistas, también es sumamente útil para diferentes sectores, tales como los empresariales, políticos, de investigación, etc., respondiendo preguntas que ni siquiera sabían que tenían.
Es muy probable entonces que hayas hecho un tweet o un post en Facebook, comentando que quieres comer sushi y que comiencen a aparecerte publicidades de restaurantes japoneses, o acerca de cualquier tema que en algún momento hayas buscado, posteado en tus redes sociales o quizás estén cerca de ti en relación a tu ubicación en el GPS.
¿Qué hago si no quiero compartir mis datos?
El conocimiento es poder y, mientras más información divulgues, más poder tendrán sobre ti. Es por ello que, si deseas evitar que tus datos estén en Internet, en especial los personales, puedes empezar por no compartir todos los aspectos de tu vida en tus redes sociales, fijarte en los permisos que le das a tus aplicaciones móviles, evitar encender el GPS a menos que lo estés utilizando o no autoguardar tus contraseñas en el navegador que utilizas.
Puede ser que pierdas algunos beneficios siguiendo estos consejos, como no encontrar tu celular si lo pierdes o no poder recuperar tus contraseñas si las olvidas, pero al menos, te sentirás menos vigilado.