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Cuando pienso en Wong Kar Wai, lo primero que se me viene a la mente son sus planos cargados de un esteticismo incomparable. Y es que en sus filmes plasma el amor que él siente hacia el cine y a su querida Hong Kong. Dentro de su filmografía nos encontramos con una trilogía: “Days of Being Wild”, “In the Mood for Love” y “2046”. En estas películas, Wong Kar Wai nos bombardea con planos lentos, que por momentos parecen paralizados, y que nos dan la idea de que hemos perdido algo, o a alguien más bien. Vemos también un Hong Kong en la década de 1960, con sus famosos carteles de neón, las vestimentas y peinados de la época que nos transportan a este mundo cargado de estética y de amores fallidos. También, nos encontramos con otro elemento que lo caracteriza: el tiempo. Relojes por doquier y la manera como juega con las fechas son parte de este entrelazado de componentes que nos entrega el cineasta hongkonés “de corazón”.
Respetando el orden, “Days of Being Wild” nos cuenta dos historias paralelas, que en cierto punto llegan a coincidir; una suerte de narrativa borgiana podría decirse. Por un lado, tenemos a Yuddy, un lover en todas las de ley que seduce a las mujeres que encuentra en su camino. Este personaje representa la metáfora con la que empieza la cinta: un pájaro sin piernas que se deja llevar por el viento y llega a amores temporales, buscando un descanso de su interminable vuelo. Por otro lado, la historia de Tide, un policía que patrulla las calles de Hong Kong, cuyo sueño es ser capitán de un barco. Tide se encuentra con Li-Zhen, quien está sumida en una depresión por el mal trato que le propinó Yuddy. Él la ayuda a salir de esa situación, mientras que Yuddy comienza un romance con una bailarina de cabaret que se hace llamar Mimi o Lulu. Al final de esta travesía Yuddy abandona Hong Kong con rumbo a las Filipinas, buscando a su verdadera madre. Es aquí cuando se encuentra con Tide, quien es ahora el capitán de un barco que transporta mercancías. Sin embargo, en la última escena vemos a Chow encendiendo un cigarrillo en la habitación que después sabremos es la 2046. Una escena que, en definitiva, nos deja desconcertados en primera instancia. En este filme, Wong Kar Wai nos regala una belleza inigualable, toma por toma.
En “In the Mood for Love” empezamos a ver algo de conexión entre los filmes. En el Hong Kong de 1962, dos adultos jóvenes recién casados con sus respectivas parejas, se mudan por casualidad en el mismo edificio. Uno de estos personajes es Chow, aunque al incio no lo reconocemos porque no lleva el bigote del cierre de “Days of Being Wild”. La otra, Li-Zhen, ¿tal vez la amante fallida de Yuddy? Ellos dos inician con el trato lejano entre vecinos, pero a medida que transcurre la historia los vemos que se van acercando el uno a la otra. Poco a poco empieza a surgir un romance platónico (o al menos eso es lo que nos deja ver Wong), intentando rehuir de los rumores de los vecinos. Sin embargo, en “barrio chico, infierno grande”. Nuestros amantes se ven forzados a mudarse al cuarto 2046 de un hotel, donde pasan juntos la mayor parte de tiempo. Debido a que siguen casados con sus parejas, la relación entre ellos se torna cada vez más conflictiva, hasta que llega el punto en el que Chow decide irse a trabajar a Singapur, porque no es capaz de seguir con este amor fallido. “In the Mood for Love” es el filme de Wong Kar Wai más aclamado por la crítica, ya que mantiene esa estética caracterizada, en esta ocasión por una paleta de colores impecable, y ese juego con los relojes, símbolo infalible del paso del tiempo. Además, nos da la impresión de que estamos en los zapatos de Chow o en los de Li-Zhen. Es capaz de generar esa conexión entre la vida de los protagonistas y el espectador.
Por último, en “2046” nos encontramos con Chow algunos años después de su desamor con Li-Zhen, retornando a Hong Kong. Él es ahora un aclamado escritor de nóvelas de artes marciales y todo un lover al estilo de Yuddy. No obstante, pareciese que sigue atormentado por su desamor con Li-Zhen. Chow llega a un hotel en Hong Kong y pide expresamente que se lo aloje en la habitación 2046. Este es el nombre de su última novela, en la que relata la historia de un hombre que entra al lugar llamado 2046, donde unas androides son quienes atienden las cabinas. Cada una de estas androides es representada por sus amores fallidos, Mimi (de Days of Being Wild), Wang Jing-wen, la hija del dueño del hotel, y Bai-Ling, la vecina de la habitación de Chow. En este lugar llamado 2046 es donde vemos cómo empieza el amor, cómo termina el amor y cómo el amor duele. Una de las líneas que más me marcaron del filme fueron: “Si hubiese nacido en otra época, mi vida hubiese sido diferente […] No sirve encontrar a la persona indicada si el momento no es el adecuado […] El amor es una cuestión de tiempo”. Creo que aquí tenemos todos los elementos característicos de las películas de Wong Kar Wai: tiempo, la profundidad de los diálogos en los momentos precisos de la trama, y la belleza que existe en los desamores. Al final del filme lo vemos a Chow ilusionado con otra mujer llamada Li-Zhen. “2046” es una cinta cargada de planos que se llevan el aliento del espectador, y, en mi opinión está llena de diálogos con una profundidad en la que, una vez sumergidos, no logramos salir durante días.
La trilogía de desamores de Wong Kar Wai es capaz de cautivar hasta a la persona más exigente. La belleza de estas cintas reside, en primer lugar, en lo cotidianas que se pueden sentir estas situaciones, a pesar de que ocurren en Hong Kong de la década de los 60s. También, tenemos esos planos que tienen tal punto de belleza que abruma, en el buen sentido de la palabra. De igual forma, es magistral ver cómo se entrelazan estas tres historias, donde vuelven a aparecer personajes como Mimi, Li-Zhen (encarnada por 3 mujeres diferentes) o como el mismo Chow, quien es el centro de esta trilogía. Esto no queda totalmente claro, hasta que vemos el cierre de 2046, con Chow encendiendo su cigarrillo en la misma habitación que al final de “Days of Being Wild”. En definitiva, Wong Kar Wai nos transmite su amor por el cine, plano por plano, y es imprescindible que cualquier persona aficionada al cine visite su filmografía, al menos una vez en su vida.
Santiago González P.