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En 1935 cuando Estados Unidos estaba al borde de la Segunda Guerra Mundial, se necesitaba algo o alguien que empuje el avance aeronáutico. Los esfuerzos por continuar las investigaciones llevaron a la búsqueda insaciable de matemáticos. Y es aquí cuando comienza la historia oculta de las mujeres en la NASA. Ellas fueron esa solución mágica que llegó al Langley Memorial Aeronautical Laboratory en 1935 para asumir la carga de actuar como «computadoras humanas», liberando a los ingenieros de los cálculos mano, muchas décadas antes de la era digital.
La historia oculta de las mujeres en la NASA
Las mujeres suelen estar ausentes en las listas de reconocimientos por la conquista espacial, pero dentro de este género, hay otro grupo más oculto: las matemáticas e ingenieras afroestadounidenses que ayudaron a concretar proyectos de la envergadura de las misiones Apolo o Mercurio. Sin embargo, en la actualidad están recibiendo crédito por sus esfuerzos y aportes. Las llamadas «computadoras del ala oeste», salen de los márgenes la historia para alzarse como las que allanaron el camino a seguir para los matemáticos e ingenieros de todas las razas y géneros en la agencia espacial de los Estados Unidos.
«Estas mujeres eran ordinarias y extraordinarias«, dice Margot Lee Shetterly la autora del libro Hidden Figures. En él relata sobre los detalles internos de las vidas y logros de las mujeres que ayudaron a poner al hombre en la Luna. La adaptación cinematográfica, Talentos Ocultos (2017) protagonizada por Octavia Spencer y Taraji P. Henson, se ha convertido en la nueva sensación de los cines estadounidenses.
«Hemos tenido astronautas, hemos tenido ingenieros: John Glenn, Gene Kranz y Chris Kraft. Esos chicos han contado sus historias. Ahora es el turno de las mujeres», dice Lee Shetterly.
La escritora creció a unas cuantas millas de Langley en Hampton, Virginia, en los años 70. El complejo de investigación fue construido en 1917, como la sede del Comité Asesor Nacional de Aeronáutica (NACA). El Comité tenía la intención de convertir los gadgets de vuelo en máquinas de guerra antes de ser fue disuelto en 1958, cuando fue reemplazado por la Agencia Nacional de Aeronáutica y Espacio (NASA). Así empezó la carrera espacial.
Las computadoras del ala oeste
Las «computadoras del ala oeste» estaban en el corazón de los avances del centro. Trabajaban a través de ecuaciones que describían cada función del plano, ejecutando los números -a menudo- sin tener en cuenta la misión del proyecto. Contribuyeron al diseño de máquinas voladoras haciéndolas más rápidas, seguras y aerodinámicas. Eventualmente, su excelente trabajo permitió que algunas entraran en proyectos específicos. Christine Darden trabajó para avanzar el vuelo supersónico, mientras que Katherine Johnson calculó las trayectorias para las misiones de Mercurio y Apolo. Por su parte, Dorothy Vaughan fue la primera supervisora afroestadounidense de la NASA y Mary Jackson se convirtió en 1958 en la primera ingeniera afroestadounidense de la NASA
La NASA disolvió a las pocas «computadoras humanas» que quedaban en la agencia en la década del 70 a medida que los avances tecnológicos permitían facilidades a los ingenieros y volvían obsoletos sus servicios.
Las «computadoras humanas» en 1953. Foto: NASA | JPL-Caltech.
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Las primeras «computadoras afroestadounidenses» no pusieron un pie en Langley, sino hasta los años 40. Aunque las necesidades de la guerra eran urgentes, la discriminación racial seguía siendo fuerte y pocos empleos existían para los afroamericanos, sin importar género. Eso fue hasta 1941 cuando A. Philip Randolph, pionero de los derechos civiles activista, propuso una marcha en Washington, D.C., para llamar la atención sobre las injusticias continuadas de la discriminación racial. Con la amenaza de que 100,000 personas se abalanzen al Capitolio, el Presidente Franklin D. Roosevelt emitió la Orden Ejecutiva 8802, que previene la discriminación racial en la contratación de trabajo federal y de guerra. Esta orden también despejó el camino para las las matemáticas e ingenieras afroestadounidenses que, la reglas en mano, decidieron abrirse paso en la NACA.
Se desconoce cuantas mujeres trabajaron en la NACA y la NASA. Un estudio de 1992 estimó que el total se compondría de varios cientos, pero Shetterly cree que podrían ser miles.
Shetterly conoció a muchas de las «computadoras» de Langley: eran las líderes de su tropas de niñas exploradoras, maestras de su escuela dominical, vecinas y madres de sus compañeros de escuela. El padre de la escritora también trabajó en Langley. Al tenerlas tan cerca, no se dio cuenta de lo extraordinarias que eran sus historias hasta que vio a su esposo sorprenderse con los relatos de su padre.
«No fue hasta que mi marido, que no era de Hampton, estaba escuchando a mi papá hablar de algunas de estas mujeres y las cosas que hicieron que me di cuenta de que esta no era necesariamente la norma», comentó.
Así fue como Shetterly comenzó a investigarlas y se dio cuenta de la desigualdad que existía entre los hombres y las mujeres en la NASA. Pocas de ellas fueron reconocidas en publicaciones académicas o por su trabajo en varios proyectos. Muchas «computadoras» debieron jubilarse al casarse o al tener hijos. Sin embargo, la escritora buscó toda la información que pudo. Examinó los directorios telefónicos, los periódicos locales, los boletines informativos de los empleados y los archivos de la NASA para agregar a su creciente lista de nombres.
«Recibo correos electrónicos todo el tiempo de personas cuyas abuelas o madres trabajaban allí», manifestó Shetterly .
Shetterly continúa recolectando los nombres de las mujeres que trabajaron en Langley pues espera poder crear un archivo online que permita mayor visibilidad a estas matemáticas e ingenieras.
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